NOTAS DEL CO-GUIONISTA

(La deuda)

Nunca he querido dirigir cine. Llevo catorce años escribiendo películas y me parece un trabajo lo bastante emocionante y duro como para pasar el resto de mi vida aprendiendo a hacerlo mejor, pero hubo una época en la que tuve dudas. No porque me tentara la dirección, sino porque las películas que tenía en la cabeza eran demasiado abstractas para plasmarlas en un guión. La culpa fue de Andrei Tarkovsky. En el verano de 1995 me vi toda su obra y me sorprendió su manera de contar, sin apenas argumento, sin apenas música, un cine extraño y fácil de odiar, pero yo no lo odié. Será por los dibujos animados rusos con los que crecí, que me daban una perspectiva de las cosas totalmente diferente a la de Mickey Mouse. Con Tarkovsky aprendí a disfrutar el cine de otra manera, a enterrar la racionalidad y dejarme llevar por emociones maravillosas o perturbadoras,  ero mías. Aquello, más que una película, era una experiencia visual donde conectaba con algo a veces inexplicable, pero que me llenaba. Eran historias sin puntos de giro ni actos (y si los había me daba igual). Era un mundo complejo y sin concesiones, íntimo y demoledor. Un mundo que exigía una mirada más allá del papel. Exigía un director, y yo no soy director.

Por eso cuando Manuel Martín me propuso escribir juntos LA MITAD DE ÓSCAR, lo vi como una oportunidad para explorar aquel camino que dejé pendiente quince años atrás. El camino de contar
desde la percepción, desde las cosas pequeñas. Sin miedo a los tiempos. Sin giros ni esquemas. una película desnuda, porque necesita poco.

Muy poco.

Mi sensación no es la de haber dado un salto al vacío. Es muy personal, y seguramente egoísta, pero cuando pienso en LA MITAD DE ÓSCAR, lo primero que me viene a la cabeza es que he saldado una deuda conmigo mismo. He hecho el cine que me hizo querer el cine.

Alejandro Hernández

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